PASTORAL LATINOAMERICANA
Presentan Instrumentum Laboris del Sínodo
Sebastián Sansón Ferrari – Ciudad del Vaticano
Un documento “de toda la Iglesia, no escrito en el escritorio, sino en el que todos son coautores, cada uno por la parte que está llamado a desempeñar en la Iglesia”. Así describen el cardenal Jean-Claude Hollerich, relator general de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, y el cardenal Mario Grech, secretario general de la Secretaría General del Sínodo, el Instrumentum Laboris (IL) de la primera sesión de la Asamblea sobre el tema: “Por una Iglesia sinodal: comunión, participación, misión”, que se celebrará en el Aula Pablo VI del Vaticano del 4 al 29 de octubre de 2023. Lo hacen en la conferencia de prensa, este martes 20 de junio, en la Oficina de Prensa de la Santa Sede.
En dicho ámbito, el padre Giacomo Costa, consultor de la Secretaría General del Sínodo, presentó la metodología de la Asamblea sinodal, y un sacerdote, una religiosa y una laica ofrecieron sus testimonios sobre la preparación de los miembros de la asamblea de octubre y el posible uso del documento por parte de los grupos locales.
Discernimiento mundial
Un texto que “no da respuestas, sino que se limita a plantear preguntas”. Serán los obispos, dijo el Cardenal Hollerich, “ya que están llamados a perfeccionar el discernimiento iniciado en el proceso del sínodo mundial”, quienes intentarán “dar respuestas”. Y deja claro que este texto debe utilizarse con “armonía-consenso-guía del Espíritu”. No tendremos que encontrar todas las respuestas, se suma Grech, pero “una Iglesia verdaderamente sinodal podrá responder a muchas de las preguntas del hombre de hoy”.
Punto de llegada y de partida del “caminar juntos”
El texto “es el fruto de este proceso de escucha”, explicó Grech, el punto de llegada de un “caminar juntos” que se ofrece también como punto de partida para la segunda fase del Sínodo, la de la doble Asamblea de octubre de 2023 y octubre de 2024.
El Purpurado insistió en este punto, “respondiendo a quienes temen que las conclusiones del Sínodo ya estén escritas. La mayor preocupación de la Secretaría del Sínodo y la mía personal ha sido respetar siempre lo que surgía de las etapas del proceso sinodal”. Aclaró que lo hicieron ya desde el Documento Preparatorio, cuando se preguntaron “qué pasos nos invita a dar el Espíritu para crecer como Iglesia sinodal”. Lo hicieron -añadió- con el Documento para la Etapa Continental, cuando recogimos la voz de las Iglesias.
“Lo hacemos ahora, con el IL, que devuelve toda la escucha de la primera fase a través del discernimiento de las Asambleas Continentales. Se trata de respetar al Espíritu Santo que -lo repite a menudo el Papa Francisco- es el protagonista del proceso sinodal. ¡Pretender escribir primero las conclusiones equivaldría a blasfemar contra el Espíritu (cf. Mt 12,31)”.
Ninguna voz excluida
Grech advirtió que no se encontrará “una sistematización teórica de la sinodalidad, sino el fruto de una experiencia de Iglesia, de un camino en el que todos hemos aprendido más, por el hecho de caminar juntos e interrogarnos sobre el sentido de esta experiencia”. Según el Secretario General, no falta la voz de nadie: “la del Pueblo Santo de Dios; la de los Pastores, que con su participación han asegurado el discernimiento eclesial; la del Papa, que siempre nos ha acompañado, apoyado, animado a seguir adelante”. “Es también -agregó- una oportunidad para que todo el pueblo de Dios continúe el camino iniciado, y una ocasión para implicar a quienes no se han implicado hasta ahora”.
Una puesta a punto del proceso
Grech calificó al IL como “una semilla que puede producir muchos frutos”, fruto de un camino que involucró a todos. Subrayó que el Sínodo no comienza el próximo mes de octubre; más bien, comenzó el 10 de octubre de 2021, con la celebración de apertura en San Pedro. Desde entonces, la primera fase ha consistido en una etapa en las Iglesias locales, con la consulta al Pueblo de Dios; la segunda, en las Conferencias Episcopales, con el discernimiento de los obispos sobre las aportaciones de las Iglesias locales; y la tercera, en las Asambleas Continentales, con un ulterior nivel de discernimiento en vista de la segunda fase del Sínodo.
Padre Costa: 370 miembros en el Sínodo
En su intervención, el Padre Costa recordó que la metodología de la Asamblea de octubre de 2023 está en continuidad “con la de las últimas Asambleas, con algunas variaciones”. En parte debido al aumento del número de miembros de la Asamblea. Habrá unos 20 obispos más que en la última Asamblea General Ordinaria, en 2018, “dado el crecimiento del número de obispos en todo el mundo”. Y aumentará el número de no obispos, tras la ampliación participativa aprobada por el Papa Francisco en abril.
Habrá unos 370 miembros de la Asamblea, excluyendo a los expertos, mientras que en 2018 hubo 267 padres sinodales, más unos 50 auditores.
A partir de las prioridades expresadas por las siete asambleas continentales, el Consultor de la Secretaría del Sínodo explica que “ha surgido el deseo de continuar utilizando para la escucha y el discernimiento en común el método de la conversación en el Espíritu, que ha marcado profundamente la fase consultiva del camino sinodal”.
Un método que puede describirse como “una oración compartida con vistas a un discernimiento en común, para el que los participantes se preparan mediante la reflexión y la meditación personal”. Una conversación que “es tanto más fecunda cuanto más todos los participantes se comprometen en ella con convicción, compartiendo experiencias, carismas y ministerios al servicio del Evangelio”. Y que pretende alcanzar, abordando juntos también “temas controvertidos”, un “consenso inclusivo, en el que cada persona pueda sentirse representada, sin descuidar los puntos de vista marginales ni desatender los puntos en los que surgen disensos, que no deben ser eliminados sino sometidos a discernimiento.
La metodología
La conversación se dividirá en tres etapas: primero, cada uno toma la palabra, a partir de su propia experiencia releída en la oración durante el tiempo de preparación. Luego, una nueva intervención será para expresar lo que le ha tocado más profundamente durante la escucha y cuando ha oído al Espíritu Santo hacer resonar su voz. Por último, se identifican los puntos clave que han surgido durante la conversación y se recogen los frutos del trabajo común, con vistas al paso a la acción.
En comparación con el pasado, habrá “algunos momentos de oración en común” y algunas celebraciones litúrgicas, “además de la oración con la que se abre y se cierra cada sesión”.
El Aula Pablo VI acogerá los trabajos del Sínodo
Los trabajos de la Asamblea se estructurarán en cinco segmentos, según el desarrollo del Instrumentum Laboris, y el último segmento “se dedicará a la recogida de los frutos y a su formulación en un texto que los haga comunicables y, por lo que se refiere a las propuestas más concretas, también realizables, en el lapso de tiempo entre las dos sesiones (2023 y 2024). Las votaciones permitirán captar el consenso que tiene esta formulación”.
Entre las dos sesiones “seguiremos caminando juntos en las Iglesias y entre las Iglesias”, subraya el padre Costa, identificando “qué bloqueos obstaculizan el camino” y profundizando “en las cuestiones sobre las que aún no ha madurado un consenso suficiente”. Una novedad logística será el lugar que acogerá la asamblea, no el Aula Nueva del Sínodo, sino el Aula Pablo VI, que es “suficientemente grande para acoger a todos los participantes”, aclara Costa, “mientras que en el Aula Nueva del Sínodo apenas habría miembros y no expertos”.
Costa precisó que el Aula Pablo VI se puede acondicionar con mesas en las que se pueden sentar grupos de una docena de personas, lo que agiliza la transición entre las sesiones plenarias y el trabajo en grupo y, sobre todo, facilita la dinámica de la conversación en el Espíritu.
Los testimonios
En los tres testimonios de los futuros miembros de la asamblea, Helena Jeppesen-Spuhler, de Acción Cuaresmal de Suiza, subraya que en todas las etapas del camino sinodal recorrido hasta ahora “se escuchan nuestras preocupaciones y necesidades. No somos simplemente cristianos que esperan recibir y aceptar normas y prescripciones. El modo en que los creyentes entendemos la fe cristiana en nuestro contexto específico es ahora objeto de interés. Y en los respectivos textos, en los que se han resumido los resultados de los procesos de escucha y discernimiento, se recogen realmente nuestras inquietudes”. Para preparar la asamblea de octubre, se celebrará en Suiza un “presínodo” de jóvenes, y el Instrumentum laboris será debatido por organizaciones de mujeres, algunos consejos diocesanos, delegados de Praga, grupos sinodales nacionales y diocesanos, y la conferencia episcopal. Para que “los participantes en el Sínodo no se representen sólo a sí mismos”.
El P. Rafael Simbine Junior, en conexión desde África, secretario general del Simposio de Conferencias Episcopales de África y Madagascar (Secam), representado por una hermana, se unió al anuncio de un seminario previsto para preparar a los delegados africanos para la asamblea general de octubre. Por último, la Hna. Nadia Coppa, presidenta de la Uisg, Unión Internacional de Superioras Generales, anuncia que el documento se presentará próximamente a las casi dos mil responsables de congregaciones femeninas en un webinar en línea. Del Instrumentum laboris, destaca la validez de las ideas ofrecidas por las fichas de trabajo, que “tocan diferentes e importantes perspectivas (teológica, pastoral, canónica…)”.
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IGLESIA EN EL MUNDO
ENTREVISTA AL P. J. MARTIN SOBRE EL PAPA FRANCISCO
James Martin: “La oposición al Papa en EE.UU. es pequeña, pero muy ruidosa”
El jesuita James Martin, cura defensor de los LGBT+
De 58 años, es autor de best sellers religiosos y una estrella mediática
Defensor del colectivo LGBT, se ha reunido con el Papa, en un gesto de aparente respaldo a su labor
“La gente tiene miedo de ver las cosas en forma diferente, tiene miedo de cambiar”
Hay personas que no quieren a Francisco porque “su prédica molesta a sus creencias políticas en temas como el ambiente, los pobres y los refugiados”
04.11.2019 | Elisabetta Piqué
(La Nación).- El padre jesuita norteamericano James Martin, de 58 años, autor de best sellers religiosos y estrella mediática, es una de las voces más influyentes del mundo católico progresista estadounidense. Subdirector de la prestigiosa revista jesuita America Magazine -equivalente a la Civiltá Cattólica-, en los últimos años se ha vuelto el referente del mundo LGBT, a quien acompaña pastoralmente y defiende. Por este motivo, suele ser atacado ferozmente por los sectores católicos de derecha ultraconservadores. Hace un mes fue recibido en audiencia por el papa Francisco en la biblioteca del Palacio Apostólico, algo que fue interpretado como una señal de respaldo a su labor. “Para mí fue un mensaje muy claro de que al Papa le importa y le preocupa el colectivo de católicos LGBT. El hecho de que estuviera 30 minutos conmigo en medio de una día muy ocupado fue un mensaje muy fuerte”, dijo Martin en una entrevista con LA NACION, en la que también aseguró que la oposición a Francisco en Estados Unidos “es muy pequeña, pero muy ruidosa, bien organizada y financieramente fuerte”.
¿Por qué usted es tan atacado en Estados Unidos?
Soy atacado por las mismas razones por las que el Papa es atacado. La gente tiene miedo de ver las cosas en forma diferente, tiene miedo de cambiar y en este tema en particular, ve a la gente LGBT como “el otro”. Pienso, además, que la gente también le tiene miedo a su propia complejidad sexualidad y esto asusta mucho.
¿Piensa que el colectivo LGBT está decepcionado con Francisco, que al principio sorprendió a todos con el famoso “quién soy yo para juzgar”?
“La gente le tiene miedo a su propia complejidad sexual”
Algunos pueden estar decepcionados. Pero por mi experiencia, el Papa, con su cambio de tono y de discurso, logró hacer volver muchísima gente a la Iglesia, incluso LGBT. En término de cambios, ellos sienten que este hombre los entiende. Y se trata de centenares de personas.
¿Centenares?
Sí. Porque ven y sienten el cambio de tono. E incluso algo como mi audiencia con él fue visto como una señal de cariño.
¿Cree que en algún momento podrá darse algún tipo de cambio? La Iglesia sigue hablando de la homosexualidad como “un desorden intrínseco”…
Primero de todo, no estoy desafiando ninguna enseñanza de la Iglesia sobre homosexualidad, pero pienso que la mayoría LGBT, está menos preocupada por el matrimonio gay que por ser bien recibida en sus parroquias.
¿Qué cree que debería hacer la Iglesia?
Primero de todo, debería dejar de atacarlos, como si fueran los únicos que no están de acuerdo con las enseñanzas de la Iglesia. En Estados Unidos, por ejemplo, hay personas LGBT que fueron despedidas de sus trabajos porque están civilmente casadas. Mientras que otros católicos que tampoco siguen enseñanzas de la Iglesia no son despedidos. En segundo lugar, hay muchos curas que todavía hablan de ellos en forma muy negativa.
James Martin sj, con el Papa
Más allá de estos temas, ¿cuán fuerte es la resistencia al papa Francisco en Estados Unidos ?
Yo diría que la oposición es muy pequeña, pero muy ruidosa; tiene muchos fondos económicos y está muy bien organizada.
¿Cree que es posible un cisma en la Iglesia de Estados Unidos?
No creo. Si uno viaja a las parroquias del país y habla con la gente, el promedio no está interesado en romper con la Iglesia Católica.
¿Percibió en el Vaticano un clima de intrigas por un eventual cónclave?
No lo sentí, pero vi que la gente habla del próximo cónclave y de la Iglesia estadounidense. Mucha gente me preguntó qué está pasando. Y creo que la división tiene que ver con la política: se trata de gente que no quiere al Papa porque su prédica molesta a sus creencias políticas en temas como el ambiente, los pobres y los refugiados. El tema es cómo responder a esta oposición. Creo que Francisco ha reaccionado muy bien al decir que estaba honrado por los ataques que vienen de Estados Unidos. A él no le molesta todo esto: como Jesús, sigue adelante y el Evangelio es su respuesta.
Mensaje del papa Francisco para la Jornada Mundial de la Paz 2023

«Nadie puede salvarse solo. Recomenzar desde el COVID-19 para trazar juntos caminos de paz» es el título del Mensaje del papa Francisco para la 56 Jornada Mundial de la Paz, que se celebra el 1 de enero de 2023.
La Santa Sede ha hecho público el viernes 16 de diciembre este Mensaje que gira en torno a dos temas: la pandemia de la Covid-19 y la guerra en Ucrania.
«Nadie puede salvarse solo. Recomenzar desde
el COVID-19 para trazar juntos caminos de paz«
(texto íntegro)
«Hermanos, en cuanto al tiempo y al momento, no es necesario que les escriba. Ustedes saben perfectamente que el Día del Señor vendrá como un ladrón en plena noche» (Primera carta de san Pablo a los Tesalonicenses 5,1-2).
1. Con estas palabras, el apóstol Pablo invitaba a la comunidad de Tesalónica, que esperaba el encuentro con el Señor, a permanecer firme, con los pies y el corazón bien plantados en la tierra, capaz de una mirada atenta a la realidad y a las vicisitudes de la historia. Por eso, aunque los acontecimientos de nuestra existencia parezcan tan trágicos y nos sintamos empujados al túnel oscuro y difícil de la injusticia y el sufrimiento, estamos llamados a mantener el corazón abierto a la esperanza, confiando en Dios que se hace presente, nos acompaña con ternura, nos sostiene en la fatiga y, sobre todo, guía nuestro camino. Con este ánimo san Pablo exhorta constantemente a la comunidad a estar vigilante, buscando el bien, la justicia y la verdad: «No nos durmamos, entonces, como hacen los otros: permanezcamos despiertos y seamos sobrios» (5,6). Es una invitación a mantenerse alerta, a no encerrarnos en el miedo, el dolor o la resignación, a no ceder a la distracción, a no desanimarnos, sino a ser como centinelas capaces de velar y distinguir las primeras luces del alba, especialmente en las horas más oscuras.
2. El COVID-19 nos sumió en medio de la noche, desestabilizando nuestra vida ordinaria, trastornando nuestros planes y costumbres, perturbando la aparente tranquilidad incluso de las sociedades más privilegiadas, generando desorientación y sufrimiento, y causando la muerte de tantos hermanos y hermanas nuestros.
Empujado dentro de una vorágine de desafíos inesperados y en una situación que no estaba del todo clara ni siquiera desde el punto de vista científico, el mundo sanitario se movilizó para aliviar el dolor de tantos y tratar de ponerle remedio; del mismo modo, las autoridades políticas tuvieron que tomar medidas drásticas en materia de organización y gestión de la emergencia.
Junto con las manifestaciones físicas, el COVID-19 provocó —también con efectos a largo plazo— un malestar generalizado que caló en los corazones de muchas personas y familias, con secuelas a tener en cuenta, alimentadas por largos períodos de aislamiento y diversas restricciones de la libertad.
Además, no podemos olvidar cómo la pandemia tocó la fibra sensible del tejido social y económico, sacando a relucir contradicciones y desigualdades. Amenazó la seguridad laboral de muchos y agravó la soledad cada vez más extendida en nuestras sociedades, sobre todo la de los más débiles y la de los pobres. Pensemos, por ejemplo, en los millones de trabajadores informales de muchas partes del mundo, a los que se dejó sin empleo y sin ningún apoyo durante todo el confinamiento.
Rara vez los individuos y la sociedad avanzan en situaciones que generan tal sentimiento de derrota y amargura; pues esto debilita los esfuerzos dedicados a la paz y provoca conflictos sociales, frustración y violencia de todo tipo. En este sentido, la pandemia parece haber sacudido incluso las zonas más pacíficas de nuestro mundo, haciendo aflorar innumerables carencias.
3. Transcurridos tres años, ha llegado el momento de tomarnos un tiempo para cuestionarnos, aprender, crecer y dejarnos transformar —de forma personal y comunitaria—; un tiempo privilegiado para prepararnos al “día del Señor”. Ya he dicho varias veces que de los momentos de crisis nunca se sale igual: de ellos salimos mejores o peores. Hoy estamos llamados a preguntarnos: ¿qué hemos aprendido de esta situación pandémica? ¿Qué nuevos caminos debemos emprender para liberarnos de las cadenas de nuestros viejos hábitos, para estar mejor preparados, para atrevernos con lo nuevo? ¿Qué señales de vida y esperanza podemos aprovechar para seguir adelante e intentar hacer de nuestro mundo un lugar mejor?
Seguramente, después de haber palpado la fragilidad que caracteriza la realidad humana y nuestra existencia personal, podemos decir que la mayor lección que nos deja en herencia el COVID-19 es la conciencia de que todos nos necesitamos; de que nuestro mayor tesoro, aunque también el más frágil, es la fraternidad humana, fundada en nuestra filiación divina común, y de que nadie puede salvarse solo. Por tanto, es urgente que busquemos y promovamos juntos los valores universales que trazan el camino de esta fraternidad humana. También hemos aprendido que la fe depositada en el progreso, la tecnología y los efectos de la globalización no sólo ha sido excesiva, sino que se ha convertido en una intoxicación individualista e idolátrica, comprometiendo la deseada garantía de justicia, armonía y paz. En nuestro acelerado mundo, muy a menudo los problemas generalizados de desequilibrio, injusticia, pobreza y marginación alimentan el malestar y los conflictos, y generan violencia e incluso guerras.
Si, por un lado, la pandemia sacó a relucir todo esto, por otro, hemos logrado hacer descubrimientos positivos: un beneficioso retorno a la humildad; una reducción de ciertas pretensiones consumistas; un renovado sentido de la solidaridad que nos anima a salir de nuestro egoísmo para abrirnos al sufrimiento de los demás y a sus necesidades; así como un compromiso, en algunos casos verdaderamente heroico, de tantas personas que no escatimaron esfuerzos para que todos pudieran superar mejor el drama de la emergencia.
De esta experiencia ha surgido una conciencia más fuerte que invita a todos, pueblos y naciones, a volver a poner la palabra “juntos” en el centro. En efecto, es juntos, en la fraternidad y la solidaridad, que podemos construir la paz, garantizar la justicia y superar los acontecimientos más dolorosos. De hecho, las respuestas más eficaces a la pandemia han sido aquellas en las que grupos sociales, instituciones públicas y privadas y organizaciones internacionales se unieron para hacer frente al desafío, dejando de lado intereses particulares. Sólo la paz que nace del amor fraterno y desinteresado puede ayudarnos a superar las crisis personales, sociales y mundiales.
4. Al mismo tiempo, en el momento en que nos atrevimos a esperar que lo peor de la noche de la pandemia del COVID-19 había pasado, un nuevo y terrible desastre se abatió sobre la humanidad. Fuimos testigos del inicio de otro azote: una nueva guerra, en parte comparable a la del COVID-19, pero impulsada por decisiones humanas reprobables. La guerra en Ucrania se cobra víctimas inocentes y propaga la inseguridad, no sólo entre los directamente afectados, sino de forma generalizada e indiscriminada en todo el mundo; también afecta a quienes, incluso a miles de kilómetros de distancia, sufren sus efectos colaterales —basta pensar en la escasez de trigo y los precios del combustible—.
Ciertamente, esta no es la era post-COVID que esperábamos o preveíamos. De hecho, esta guerra, junto con los demás conflictos en todo el planeta, representa una derrota para la humanidad en su conjunto y no sólo para las partes directamente implicadas. Aunque se ha encontrado una vacuna contra el COVID-19, aún no se han hallado soluciones eficaces para poner fin a la guerra. En efecto, el virus de la guerra es más difícil de vencer que los que afectan al organismo, porque no procede del exterior, sino del interior del corazón humano, corrompido por el pecado (cf. Evangelio según san Marcos 7,17-23).
5. ¿Qué se nos pide, entonces, que hagamos? En primer lugar, dejarnos cambiar el corazón por la emergencia que hemos vivido, es decir, permitir que Dios transforme nuestros criterios habituales de interpretación del mundo y de la realidad a través de este momento histórico. Ya no podemos pensar sólo en preservar el espacio de nuestros intereses personales o nacionales, sino que debemos concebirnos a la luz del bien común, con un sentido comunitario, es decir, como un “nosotros” abierto a la fraternidad universal. No podemos buscar sólo protegernos a nosotros mismos; es hora de que todos nos comprometamos con la sanación de nuestra sociedad y nuestro planeta, creando las bases para un mundo más justo y pacífico, que se involucre con seriedad en la búsqueda de un bien que sea verdaderamente común.
Para lograr esto y vivir mejor después de la emergencia del COVID-19, no podemos ignorar un hecho fundamental: las diversas crisis morales, sociales, políticas y económicas que padecemos están todas interconectadas, y lo que consideramos como problemas autónomos son en realidad uno la causa o consecuencia de los otros. Así pues, estamos llamados a afrontar los retos de nuestro mundo con responsabilidad y compasión. Debemos retomar la cuestión de garantizar la sanidad pública para todos; promover acciones de paz para poner fin a los conflictos y guerras que siguen generando víctimas y pobreza; cuidar de forma conjunta nuestra casa común y aplicar medidas claras y eficaces para hacer frente al cambio climático; luchar contra el virus de la desigualdad y garantizar la alimentación y un trabajo digno para todos, apoyando a quienes ni siquiera tienen un salario mínimo y atraviesan grandes dificultades. El escándalo de los pueblos hambrientos nos duele. Hemos de desarrollar, con políticas adecuadas, la acogida y la integración, especialmente de los migrantes y de los que viven como descartados en nuestras sociedades. Sólo invirtiendo en estas situaciones, con un deseo altruista inspirado por el amor infinito y misericordioso de Dios, podremos construir un mundo nuevo y ayudar a edificar el Reino de Dios, que es un Reino de amor, de justicia y de paz.
Al compartir estas reflexiones, espero que en el nuevo año podamos caminar juntos, aprovechando lo que la historia puede enseñarnos. Expreso mis mejores votos a los jefes de Estado y de gobierno, a los directores de las organizaciones internacionales y a los líderes de las diferentes religiones. A todos los hombres y mujeres de buena voluntad, les deseo un feliz año, en el que puedan construir, día a día, como artesanos, la paz. Que María Inmaculada, Madre de Jesús y Reina de la Paz, interceda por nosotros y por el mundo entero.
Vaticano, 8 de diciembre de 2022
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy iniciamos una nueva serie de catequesis, sobre el tema de la esperanza cristiana. Es muy importante, porque la esperanza no defrauda. ¡El optimismo defrauda, la esperanza no! ¿Entendido? Tenemos tanta necesidad, en estos tiempos que parecen oscuros, en el cual a veces nos sentimos perdidos ante el mal y la violencia que nos circunda, ante el dolor de tantos hermanos nuestros.
¡Se necesita la esperanza! Nos sentimos perdidos y también un poco desanimados, porque nos encontramos impotentes y nos parece que esta oscuridad no tiene cuando acabar.
Pero, no es necesario dejar que la esperanza nos abandone, porque Dios con su amor camina con nosotros. Yo espero, porque Dios está junto a mí. Y esto podemos decirlo todos nosotros. Cada uno de nosotros puede decir: “Yo espero, tengo esperanza, porque Dios camina conmigo!”. Camina y me lleva de la mano. ¡Dios no nos deja solos! El Señor Jesús ha vencido el mal y nos ha abierto el camino de la vida.
Y entonces, en particular en este tiempo de Adviento, que es el tiempo de la espera, en el cual nos preparamos para acoger una vez más el misterio consolador de la Encarnación y la luz de la Navidad, es importante reflexionar sobre la esperanza. Dejémonos enseñar por el Señor que cosa quiere decir esperar. Escuchemos pues las palabras de la Sagrada Escritura, iniciando con el profeta Isaías, el gran profeta del Adviento, el gran mensajero de la esperanza.
En la segunda parte de su libro, Isaías se dirige al pueblo con un anuncio de consolación: «¡Consuelen, consuelen a mi pueblo, dice su Dios! Hablen al corazón de Jerusalén y anúncienle que su tiempo de servicio se ha cumplido, que su culpa está paga […]».Una voz proclama: «¡Preparen en el desierto el camino del Señor, tracen en la estepa un sendero para nuestro Dios! ¡Que se rellenen todos los valles y se aplanen todas las montañas y colinas; que las quebradas se conviertan en llanuras y los terrenos escarpados, en planicies! Entonces se revelará la gloria del Señor y todos los hombres la verán juntamente, porque ha hablado la boca del Señor» (40,1-2.3-5). Esto es aquello que dice el profeta Isaías.
Dios Padre consuela suscitando consoladores, a quienes pide confortar al pueblo, a sus hijos, anunciando que ha terminado la tribulación, ha terminado el dolor, y el pecado ha sido perdonado. Es esto lo que sana el corazón afligido y atemorizado. Por eso, el profeta pide preparar el camino del Señor, abriéndose a sus dones y a su salvación.
La consolación, para el pueblo, comienza con la posibilidad de caminar en la vía de Dios, un camino nuevo, justo y accesible, un camino para preparar en el desierto, así para poderlo atravesar y regresar a la patria.
Porque el pueblo al cual el profeta se dirige estaba viviendo, en aquel tiempo, la tragedia del exilio en Babilonia, y ahora en cambio escucha que podrá regresar a su tierra, a través de un camino hecho grato y extenso, sin valles y montañas que hacen cansado el camino, un sendero llano en el desierto. Preparar este camino quiere decir, preparar un camino de salvación, un camino de liberación de todo obstáculo y dificultad.
El exilio del pueblo de Israel había sido un momento dramático en la historia, cuando el pueblo había perdido todo. El pueblo había perdido la patria, la libertad, la dignidad, y también la confianza en Dios. Se sentía abandonado y sin esperanza.
En cambio, ahí está la llamada del profeta que abre nuevamente el corazón a la fe. El desierto es un lugar en el cual es difícil vivir, pero justamente ahí ahora se podrá caminar para regresar no solo a la patria, sino regresar a Dios, y volver a esperar y sonreír. Cuando nosotros estamos en la oscuridad, en las dificultades no sonreímos. Es justamente la esperanza que nos enseña a sonreír en aquel camino para encontrar a Dios.
Una de las cosas, de las primeras cosas, que suceden a las personas que se alejan de Dios es que son personas sin sonrisa. Tal vez son capaces de dar una gran carcajada, una detrás de otra; un chiste, una carcajada… ¡Pero falta la sonrisa! La sonrisa solamente lo da la esperanza. ¿Han entendido esto? Es la sonrisa de la esperanza de encontrar a Dios.
La vida muchas veces es un desierto, es difícil caminar dentro de la vida, pero si confiamos en Dios puede convertirse en bello y amplio como una autopista. Basta no perder jamás la esperanza, basta continuar creyendo, siempre, no obstante todo.
Cuando nos encontramos ante un niño, tal vez podemos tener tantos problemas, tantas dificultades, pero cuando nos encontramos ante un niño nos surge dentro una sonrisa, la simplicidad, porque nos encontramos ante la esperanza: ¡un niño es la esperanza! Y así debemos ver en la vida, en este camino, la esperanza de encontrar a Dios, Dios se ha hecho Niño. Y nos hará sonreír, nos dará todo.
Justamente estas palabras de Isaías son usadas después por Juan el Bautista en su predicación que invita a la conversión. Decía así: «Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos» (Mt 3,3). Una voz que grita donde parece que nadie puede escuchar, pero ¿Quién puede escuchar en el desierto? Los lobos… Y que grita en el desconcierto debido a la crisis de fe. Nosotros no podemos negar que el mundo de hoy está en crisis de fe.
Si, luego decimos: “Yo creo en Dios, soy cristiano” – “Yo soy de esta religión…” Pero tu vida está lejos del ser cristiano; está lejos de Dios. La religión, la fe ha quedado en una palabra: “¿Yo creo?” – “Si”. Pero no, aquí se trata de regresar a Dios, convertir el corazón a Dios e ir por este camino para encontrarlo. Él nos espera.
Esta es la predicación de Juan el Bautista: preparar. Preparar el encuentro con este Niño que nos devolverá la sonrisa. Los Israelitas, cuando el Bautista anuncia la llegada de Jesús, es como si todavía estuvieran en exilio, porque están bajo la dominación romana, que los hace extranjeros en su misma patria, gobernados por los poderosos ocupantes que deciden sobre sus vidas. Pero la verdadera historia no es aquella hecha por los poderosos, sino aquella hecha por Dios junto con sus pequeños.
La verdadera historia – aquella que quedará en la eternidad – es aquella que escribe Dios con sus pequeños: Dios con María, Dios con Jesús, Dios con José, Dios con los pequeños. Aquellos pequeños y simples que encontramos alrededor de Jesús que nace: Zacarías e Isabel, ancianos y marcados por la esterilidad; María, joven muchacha virgen prometida como esposa a José; los pastores, que eran despreciados y no contaban nada.
Son los pequeños, hechos grandes por su fe, los pequeños que saben continuar esperando. Y la esperanza es una virtud de los pequeños. Los grandes, los satisfechos no conocen la esperanza; no saben qué cosa es.
Son ellos, los pequeños con Dios, con Jesús los que transforman el desierto del exilio, de la soledad desesperada, del sufrimiento, en un camino llano sobre el cual caminar para ir al encuentro de la gloria del Señor. Y llegamos a la conclusión: dejémonos enseñar la esperanza. ¡Dejémonos enseñar la esperanza!
Esperemos confiados la llegada del Señor, y cualquiera que sea el desierto de nuestras vidas y cada uno sabe en qué desierto camina, cualquiera sea el desierto de nuestras vidas, se convertirá en un jardín florido. ¡La esperanza no defrauda! Lo decimos otra vez: “¡La esperanza no defrauda!”. Gracias.
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Atendemos consultas pessoais e acompanhamento da vida de fé, de 14:00 às 16:00 as terças, quartas e quintas feiras.
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PALABRA DE LUZ Y PAN DE VIDA
